viernes, 5 de agosto de 2011

El sueño de la Razón...

Allí me encontraba yo, en mi minúsculo apartamento tratando de conciliar el sueño sobre el incesante ruido de las obras de cinco de mis vecinos. Eran las cuatro de la mañana, el respeto vecinal ya no tenía sentido en la Ciudad sin Días ni Noches.

Contemplé el monitor de mi derecha, que me proporcionaba una magnífica vista de los techos de los inmensos edificios de apartamentos como el mío recortados contra el cielo nocturno. A pesar de la hora las empresas, los comercios, la ciudad entera bullía de actividad. Creo que soy la única persona que queda en este sitio que aun se rige por un riguroso ritmo circadiano: trabajar de día y dormir (o intentarlo) durante la noche, con las severas limitaciones laborales que actualmente conlleva semejante costumbre. Esa es la razón de que mi vivienda se reduzca a un apartamento vertical tipo E sin ventanas. Resulta de por sí bastante claustrofóbico, pero lo es aun más el hecho de pensar que mi propio habitáculo está rodeado desde todos los ángulos por al menos una veintena de receptáculos idénticos, y no quería ni imaginar cómo debían de sentirse los inquilinos que habitaran el centro del edificio, sabiéndose envueltos por cerca de 800 viviendas verticales... centenares y centenares de metros de acero y conductos de aire artificial.

Lo mejor era no pensar en ello. Es la única forma de no volverse loco.

Esa es la razón por la que construí e instalé varias cámaras en el tejado, a la salida de mi túnel. Necesitaba algo para combatir la ansiedad... y a algo más.

Fue en ese momento cuando me percaté de que algo se movía en una de las cámaras. Pasé la imagen a pantalla completa: la lente estaba completamente cubierta de algo que parecía tejido orgánico, pero de color grisáceo, que obstaculizaba casi por completo la visión. Moví la cámara para librarme de aquella cosa, tratando a la vez de contener mi excitación, pues era la primera vez que la tenía tan cerca. Estaba, sin embargo, también bastante nervioso ante la posibilidad de que aquella criatura hubiera descubierto dónde vivo.

Un inmenso ojo sin pupilas apareció de pronto en el monitor antes de levantar el vuelo. Pero, a diferencia de las otras veces que he logrado avistarla, la criatura no escapó a gran velocidad: permaneció flotando perezosamente en círculos, dentro del rango de visión de mi cámara. Parecía como si... esperase.

Sumamente intrigado (y puesto que de todas formas no iba a poder dormir) decidí tomar mi Vehículo Personal y salir al exterior. Los VP son diminutos medios de transporte de metal fino hechos casi a la media del usuario, y son gratuitos porque podrían considerarse la versión aérea de ir andando... tanto que incluso la energía que necesita para funcionar la absorbe directamente del usuario, ojalá algún día pueda permitirme un transporte de verdad.

En cuanto aparecí en la superficie, la criatura comenzó a volar a gran velocidad hacia el Norte. Yo la seguí, confuso, ya que conocía la increíble velocidad que era capaz de alcanzar por anteriores encuentros; sin embargo ahora incluso se detenía como para comprobar que aun la seguía. Parecía que me estaba guiando hacia algún sitio.

Mientras sobrevolábamos la maraña de tubos que componía la mayor parte de ciudad (tubos que procedían de residencias verticales como la mía, de edificios laborales; codo con codo con tubos fecales y en alguna ocasión tubos penales y de uso político), de entre los cuales emergían las inmensas moles de acero que componían la parte habitable de la ciudad, me preguntaba cómo era posible que ninguno de los conductores de VP con los que me cruzaba parecían ver a la criatura. A mis ojos ésta tenía la apariencia de una gran medusa o un alga gigante, enteramente formada por algún tipo de tejido orgánico amorfo.

De repente ésta se sumergió en el laberinto de tubos y yo la seguí con cierta dificultad, puesto que los VP no estaban diseñados para esto. Descendimos durante varios minutos (que me parecieron varias eternidades), hasta que al fin llegamos al suelo. Entonces vi algo que me heló la sangre: la criatura... ¡se estaba transformando! Adoptó la apariencia de una muchacha joven, de melena corta castaña y ataviada con una larga bata de laboratorio.

¡Dios mío! Si aquella cosa poseía semejante habilidad, ¿cuántos de ellos podrían estar infiltrados entre los humanos?

La criatura, ahora transformada en mujer, me tendió otra bata sin decir nada. Lleno de dudas, la tomé. Empezaba a temer a dónde me pudiese estar llevando, pero a la vez mi curiosidad era demasiado fuerte. Una vez me la hube puesto, ella me dirigió hacia un elevador en el que no me había fijado hasta entonces. Probablemente perteneciera a uno de los complejos de edificios subterráneos, no son raros. Ella introdujo un código y luego permaneció junto a la puerta abierta esperando a que yo entrase. Era consciente de que podía estar siendo guiado hacia una trampa (se me estaban ocurriendo al menos veinte posibilidades) y así se lo hice saber, mirándola con desconfianza; pero no logré ver nada a través de sus inexpresivos ojos sin pupilas. Entró detrás de mi y comenzamos el descenso.

Cuando las puertas volvieron a abrirse, emergimos a lo que a mi me pareció un universo paralelo. Todo el lugar estaba iluminado con una luz blanca y aséptica, y cientos o miles de conductos transparentes (en contraposición con los negros de la superficie) se cruzaban en todas direcciones y de distintos tamaños. Algunos llevaban personas, una tras otra; otros llevaban una suerte de cápsulas; y otros eran tan gigantescos que no podía ni imaginar qué era lo que transportaban. El edificio en sí era tan inmenso que apenas podía distinguir la pared más cercana.

Estaba maravillado, aquello parecía una ciudad bajo otra ciudad.

Ella comenzó a avanzar por el puente que se abría ante nosotros mientras yo la seguía de cerca. A pesar de mi fascinación por el lugar, todavía me hallaba en un mar de dudas: ¿Qué era aquél lugar y por qué esta criatura tenía acceso a él? ¿A dónde y por qué me estaba llevando? Otra cosa que me inquietaba era la reacción de las personas con las que nos cruzábamos, o más bien su falta de ella: eran humanos, presumiblemente trabajadores del sitio por su bata blanca; pero caminaban siempre mirando al suelo, no queriendo o no pudiendo darse cuenta de nuestra presencia (lo cual resultaba doblemente inquietante).

Estaba considerando la posibilidad de “chocar” contra alguno de ellos o tratar de hablarles, cuando otra cosa captó mi atención: nos estábamos acercando a lo que yo antes había tomado por una pared, que no era otra cosa que una estantería inmensa enteramente compartimentada para contener miles, no, quizá centenas de miles de esas cápsulas que antes volaban por encima de nuestras cabezas. La criatura me guió hasta una fila en concreto y me señaló uno de los frascos. Yo no me podía creer lo que estaba viendo, ¡dentro había un Klatrlez! ¡Esos bichos con apariencia manta marina podían llegar a tener el tamaño de un continente! ¡Y ahora me encontraba allí, con un especimen adulto encerrado en una cápsula del tamaño de un tarro de judías delante de las narices! Me giré hacia la “mujer” que me acompañaba no creyendo aun lo que veía y, de hecho, pensando si aquello podría ser algún tipo de truco o ilusión. Entonces ella habló, con una voz sorprendentemente humana, aunque muy neutra:

-El tipo de tecnología que aquí habita es capaz de conservar estas especies vivas durante milenios. Este desdichado lleva esperando aquí más de cinco siglos.

La verdad me sacudió como un rayo de protones, y de repente aquél techo de conductos cristalinos no me parecían ninguna maravilla, sino más bien algo así como un infierno frío y laberíntico. ¿Cuántas cápsulas habían pasado sobre mi cabeza desde que había entrado en aquel lugar? ¡Y las estanterías! Desde mi actual posición podía percibir siluetas de muchísimas más, algunas incluso más grandes que la que se hallaba frente a mi. Aquí podían estar encerradas especies enteras, esperando... ¿qué? ¿Experimentación? ¿Investigación? ¿O simplemente ser desechados y morir? Volví a mirar a la criatura con forma de mujer, y por primera vez su rostro había adquirida una expresión: era de absoluta y sincera pena.

Han pasado ya varias semanas de aquello y vuelvo a estar en mi apartamento. La visión de aquél laberinto de muerte alienígena a menudo perturba mis sueños (cuando consigo conciliarlo). He abandonado mi hobby de cazador de aliens pero no he desmontado las cámaras. Sin embargo no he vuelto a avistar a la criatura. Supongo que nunca sabré por qué me mostró lo que me mostró, o incluso quién es y por qué tenía acceso a ese lugar. Puede que esté tratando de proteger a su especie quitando de circulación a todos los cazadores de aliens posibles; o puede que sea el último libre de los suyos, en busca de alguien que pueda ayudarlo; o tal vez sea que, simplemente, hasta los aliens necesitan desahogar su pena de vez en cuando.

Pero hay algo que sí sé: aquel mundo subterráneo no era sólo un almacén de muerte para seres de fuera de este mundo. Vi gente de todas las edades y tipos allí abajo, desde niños pequeños hasta ancianos que apenas se sostenían en pie. Llegué a ver hasta a una mujer con un bebé de meses en brazos. Yo pensaba que la criatura de alguna manera nos camuflaba, ya que no parecían vernos. Ahora sé que, simplemente, no les importaba que estuviéramos allí. Todos caminaban y trabajaban con la mirada perdida, no había casi ningún tipo de interacción entre ellos.

Eso era porque aquellas personas no estaban en una situación muy diferente de la de los aliens atrapados en las cápsulas. De hecho, los conductos que en un principio tomé por transportadores de personas, lo que llevaban realmente eran cadáveres.

Vi toda clase de personas viajando por esos conductos.

Vi niños viajando por esos conductos.

Uno tras otro.

Ahora pienso que soy muy afortunado de que se me halla permitido salir de allí.

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